El rescate de Ingrid Betancourt sana y salva cambia los escenarios
El rescate de Ingrid Betancourt y de otros 14 secuestrados que estaban en poder de las FARC, todos sanos y salvos, y por las propias unidades del Ejército colombiano pone fin a un triste episodio de violencia y terror en el hermano pueblo de Colombia. Y también termina con la serie de intrigas, desavenencias y rencores que enfrentó al gobierno de Uribe con los de sus países vecinos y más próximos Venezuela y Ecuador.
La liberación se produce solo una semana después en que los gobiernos de Colombia y Venezuela habían anunciado la impostergable necesidad de mantener reuniones bilaterales entre los presidentes Uribe y Chávez, para recuperar los senderos de la hermandad y la cooperación, que los lleve juntos a una búsqueda de acuerdos sobre temas que les son de intereses mutuos. Si esas reuniones se producen hasta antes del 15 de julio como están previstas; cómo quedará el gobierno de Ecuador, que también hace menos de una semana extremó sus diferencias diplomáticas con Colombia al volver a insistir en declaraciones no apropiadas contra el mandatario colombiano y sus colaboradores cercanos y al anunciar que no restablecerá las relaciones diplomáticas con Colombia y, que, incluso, piensan en restricciones comerciales.
La diplomacia surgió con la necesidad de mantener la proximidad con los pueblos vecinos y en esa proximidad la posibilidad de entablar y mantener acuerdos de coexistencia pacíficos, sin intervenciones directas ni intromisión en los asuntos que les son propios; pero con la también urgencia de colaborar para evitar el progreso de la violencia, de la pobreza, o las amenazas externas o internas.
Los conflictos armados, sin duda, constituyen amenazas para los pueblos y sus secuelas crean escenarios de pánico y desolación para los seres humanos. La actitud de indiferencia también es una forma de estimular esa violencia, y una participación directa o colaboración resultaría aborrecible.
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