Dos reclamos en los límites del absurdo
La carta, cargada de indignación, remitida por Correa a Ingrid Betancourt, y el reclamo de la CRI, por el uso de su símbolo en la operación de rescate.
La noticia era esperada por años y cuando se supo el pasado 2 de julio, casi no hubo quien no sintiera un respiro de alegría. Tanta fue la esperanza acumulada durante seis años, las peticiones, plegarias e invocaciones que abrigaron de poder volverla a ver, en el disfrute de su plena libertad, que las palabras de muchos se ahogaron en llantos.
Ingrid Betancourt fue rescatada de un cautiverio absurdo de seis años y con ella otras 14 personas, alguna llevaba más de diez años en la selva convertida en prisión por las fuerzas irregulares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Una facción rebelde de varias que actúan en Colombia al amparo de una naturaleza pródiga que ha cubierto de mantos verdes las vastas regiones de inmenso país, que comparte esas características andinas, amazónicas y tropicales.
Y es que, quizá esa condición de oculta acción armada, invisibilizada de manera deliberada en la actualidad por los medios, que en Colombia y el mundo arrastran, como un cargo de conciencia, su corresponsabilidad en la multiplicación de los conflictos de baja intensidad, al haberlos amplificado, durante 40 años, hasta el hastío y, también, bajo el amparo de una nostalgia izquierdista ávida de aquellos héroes anónimos, vestidos de verde oliva, coronados con boina negra y cruzados el pecho con las correas que sostienen los A 47, Falk o las metralletas USI en las espaldas; ha convertido a la guerra de guerrillas, en lo que ahora se presume que es: un ejército de hombres y mujeres obligados a engrosar sus filas con ofertas de dinero con que mantener a sus familiares hambrientos, de jóvenes (en no pocos casos niños) sin oportunidades en los barrios miserables de las grandes urbes, y de pobladores rurales a los que no les queda otra alternativa que la de convertirse en colaboradores y aprovisionadores de aquellos vecinos extraños que nadie se atreve siquiera a mencionarlos.
Y esa suerte de misterio que ocultan las selvas tropicales, subtropicales y amazónicas revela también el poco criterio de la Cruz Roja Internacional, que protesta el que se haya empleado su símbolo de la cruz en el rescate de 15 rehenes de las FARC. Y olvida aquellos escenarios africanos y asiáticos en los cuales también por debajo de sus símbolos y de otros de ayuda humanitaria se camuflaba armamento y medicinas para los ejércitos rebeldes, y que profusamente han sido caricaturizadas, esas escenas, en la cinematografía de Hollywood.
Y resulta, también, inquietante la carta, en la que ha puesto toda su indignación y caprichos el primer mandatario Rafael Correa, nuevamente bajo la excusa de la defensa de la soberanía territorial, y se apena de las declaraciones de Ingrid, quien una vez sintiéndose libre, alabó las acciones del ejército de Colombia, al que sintió suyo, por haberle devuelto la libertad y salvado la vida. Y, también, justificó las acciones del ejército contra la insurgencia, en donde sea que esta se oculte.
La indignación lleva a la ofuscación, de eso no cabe duda alguna, pues sólo en esa dimensión del dominio de las pasiones humanas se puede entender que se critique a Ingrid por pensar y emitir sus criterios con libertad, con esa libertad que le fue devuelta sin necesidad de recurrir a colaboraciones ni tratas que fueran condicionadas por los secuestradores, ni propiciada por esos juegos políticos que sólo buscan levantar imágenes venidas a menos de gobiernos cuyo único soporte es el discurso populista que aviva las emociones de un pueblo mal acostumbrado a confiar en las palabras que alimentan falsedades a fuerza de ser repetidas como si fueran verdades.