El discurso político reducido a farándula de televisión
El discurso político se ha reducido al que, al parecer, es propio de los programas de farándula, de aquellos cuya única utilidad es la de sacrificar el tiempo en el tedio de mediatarde.
Y quien ha colocado el debate y la reflexión a ese nivel fue el propio presidente Correa, empeñado en reproducir un lenguaje que seguramente piensa le aproxima a una masa de electores dispuestos a respaldar el Sí de manera incondicional a su sola imagen.
El texto constitucional dejó de tener importancia para el análisis, una vez que desde versiones de ex asambleístas y del régimen se han admitido los errores, los cambios de última hora y, al menos tres redacciones diferentes, hechas públicas en la página electrónica de Montecristi, entre el 19, el 24 y 26 de julio.
A confesión de parte, relevo de prueba, diría un abogado una vez que los miembros de la Comisión de revisión y redacción, han expresado que tenían atribuciones para sugerir cambios en los textos, los mismos que fueron aprobados por la Asamblea.
Puestos en evidencia los errores, confusiones, sean estos de buena o mala fe, resta ahora ubicar la campaña en la justa medida del tiempo que falta para el domingo 28 de septiembre, el día en que los ecuatorianos acudirán a las urnas a ejercer el voto, en realidad, su única oportunidad de participación “democrática”.
En esa nueva prisa, en gobierno ha desatado una campaña por todos los medio que incluyen mensajes de televisión con críticas a la posición, de la iglesia, como ejemplo. Los mensajes buscan respaldar el discurso oficial y sostener la redacción de la Constitución, a como dé lugar.
Ahora se pone en duda la autenticidad de los artículos aprobados en la Constitución, y la versión oficial descalifica cualquier observación o crítica. Y al descalificar es que el discurso se ha reducido al insulto directo, la ironía y la generación de intrigas.
La televisión en ese medio, el de las intrigas, se mueve en su propio escenario, el mediático, acostumbrado como está a recoger y alimentarlas en esa búsqueda de impacto y sensacionalismo. El esfuerzo por informar se posterga o es absorbido por la dinámica que impone un régimen que apela otra vez a la popularidad del presidente, y de una oposición que encuentra en el No la posibilidad de reconstituirse como fuerza de acción política.
El discurso político reducido a farándula de televisión
El discurso político se ha reducido al que, al parecer, es propio de los programas de farándula, de aquellos cuya única utilidad es la de sacrificar el tiempo en el tedio de mediatarde.
Y quien ha colocado el debate y la reflexión a ese nivel fue el propio presidente Correa, empeñado en reproducir un lenguaje que seguramente piensa le aproxima a una masa de electores dispuestos a respaldar el Sí de manera incondicional a su sola imagen.
El texto constitucional dejó de tener importancia para el análisis, una vez que desde versiones de ex asambleístas y del régimen se han admitido los errores, los cambios de última hora y, al menos tres redacciones diferentes, hechas públicas en la página electrónica de Montecristi, entre el 19, el 24 y 26 de julio.
A confesión de parte, relevo de prueba, diría un abogado una vez que los miembros de la Comisión de revisión y redacción, han expresado que tenían atribuciones para sugerir cambios en los textos, los mismos que fueron aprobados por la Asamblea.
Puestos en evidencia los errores, confusiones, sean estos de buena o mala fe, resta ahora ubicar la campaña en la justa medida del tiempo que falta para el domingo 28 de septiembre, el día en que los ecuatorianos acudirán a las urnas a ejercer el voto, en realidad, su única oportunidad de participación “democrática”.
En esa nueva prisa, en gobierno ha desatado una campaña por todos los medio que incluyen mensajes de televisión con críticas a la posición, de la iglesia, como ejemplo. Los mensajes buscan respaldar el discurso oficial y sostener la redacción de la Constitución, a como dé lugar.
Ahora se pone en duda la autenticidad de los artículos aprobados en la Constitución, y la versión oficial descalifica cualquier observación o crítica. Y al descalificar es que el discurso se ha reducido al insulto directo, la ironía y la generación de intrigas.
La televisión en ese medio, el de las intrigas, se mueve en su propio escenario, el mediático, acostumbrado como está a recoger y alimentarlas en esa búsqueda de impacto y sensacionalismo. El esfuerzo por informar se posterga o es absorbido por la dinámica que impone un régimen que apela otra vez a la popularidad del presidente, y de una oposición que encuentra en el No la posibilidad de reconstituirse como fuerza de acción política.